Si hay algo realmente característico de nuestra condición de seres humanos esa es nuestra minúscula capacidad para cambiar de opinión. Es más sencillo hacer cambiar de idea a un gato que a uno de nosotros, por mucho que los argumentos no nos den la razón. Y es que cambiar de opinión es algo superlativo, que excede a nuestras características como especie. Acaso recuerdas cuántas veces has cambiado de parecer mientras dialogabas con alguien que no opinaba como tú. ¿Cuántas veces has dicho “espera, tienes razón, estoy equivocado”? Posiblemente no hayan sido demasiadas, pues cambiar una idea o un pensamiento es algo poco habitual para nosotros.
Los seres humanos somos seres que nos movemos cómodamente en entornos controlados y familiares. La mayoría preferimos la certeza a la incertidumbre. Nos gusta crear contextos predecibles y por ello establecemos rutinas, actividades ociosas y laborales calculadas dentro de lo que hemos llamado planning. Así, le inculcamos a nuestros hijos la necesidad de planear no sólo lo educativo, que evidentemente requiere planificación, sino que me refiero al tiempo de ocio, a ocupar nuestro tiempo libre con actividades controladas al minuto. Evitamos entornos impredecibles. Cierto es que nos desenvolvemos mejor de esa manera, pero también es cierto que estamos cómodos con una planificación que nos diga qué hacer. Es tal nuestra obsesión por anticiparnos al futuro, que incluso creamos esquemas mentales sobre lo que pasará mañana. Por ejemplo, si mañana habíamos quedado con un amigo y debido a las inclemencias del tiempo no podemos acudir a nuestra cita, posiblemente se genere dentro de nosotros un estado de frustración. Los acontecimientos inesperados nos llevan al desagrado pudiendo producir emociones negativas.
Esto se debe a que la mente humana prefiere trabajar sobre seguro. Las situaciones novedosas suponen para nuestro cerebro un importante esfuerzo cognitivo. Lo nuevo requiere análisis, estudio, observación, toma de decisión, etc. En definitiva, salir de lo rutinario provoca una demanda alta en nuestras capacidades mentales, en cambio, si hacemos lo que ya tenemos escrito en el planning, nuestro cerebro no tendrá que volver a pensar y se producirá una optimización de nuestros recursos. Cuanto menos pensemos, mayor capacidad para dedicar nuestros esfuerzos en las tareas programadas. Ahora bien, y ¿qué tiene que ver esto con cambiar de ideas?
La mayoría de las veces las personas defendemos argumentos sin ni siquiera haberlos pensado detenidamente. Quiero decir, si alguien ahora nos pregunta ¿de qué equipo de fútbol somos? Posiblemente en nuestra respuesta no haya la más mínima duda: casi todos tenemos claro qué equipo apoyamos. Lo que sería más complicado es justificar por qué lo somos o desde cuando lo somos. Generalmente nuestra respuesta se orienta más a defender nuestra elección que a justificar por qué la hemos hecho. Esto tiene algo que ver con lo que comentábamos en el párrafo anterior y es que si en analogía sustituimos el concepto de planning semanal por la palabra pensamiento, el tema queda más claro. Me explico, todos tenemos una inmensa estantería de ideas dentro de nuestra mente, y todas ellas están posicionadas en función al tema a tratar. Por ello, en cualquier contexto cotidiano y ante cualquier divergencia de opinión, nuestro cerebro recuperará de nuestra estantería nuestra posición respecto al tema en cuestión, y como cual soldado, defenderemos la idea inmediatamente. En la mayoría de los casos no nos plantearemos si es una buena idea, simplemente la defenderemos. Esto puede ser debido también a la optimización de nuestros recursos cognitivos. Al igual que sucede cuando elaboramos una rutina controlada, nuestras ideas se agolpan generando algo de previsibilidad a nosotros mismos como ser. Ahora no estamos creando entornos predecibles, estamos creando pensamientos coherentes, estamos definiéndonos como seres vivos. Por eso cuesta tanto cambiar de opinión, por eso es difícil reconocer que nuestra idea no es válida, aunque las pruebas nos apoyen. Ello supondría desmontar nuestra estantería de “pensamientos” y perder la coherencia de nosotros como ser. Lo de la previsibilidad del entorno y de las ideas.
Pero, ¿y entonces? ¿Cómo debo actuar? No es fácil desmontar nuestros pensamientos. A decir verdad, no es fácil ni es recomendable en la mayoría de los casos. Lo más prudente es conocer que existen mecanismos de rigidez mental, y que cuando éstos se manifiestan de forma extrema, debemos ser imparciales e intentar frenar este poderoso dispositivo. Eso será lo más adaptativo, lo más equilibrado.
Alexander García Hernández Graduado en Psicología